Dislexia: sin miedos, ni traumas, ni complejos
Imaginemos que, en su barrio, acaba de organizarse una liga de baloncesto. Usted ama el básquet. Es un gran deportista, corre como una gacela, tiene puntería, dispone de tiempo y, además, le hace muchísima ilusión apuntarse. Sin embargo, al ir a hacerlo, solo queda libre una posición de pívot. ¡Horror! Apenas mide un metro sesenta. Justo cuando, dispuesto a marcharse, está explicando que, en otra ocasión será, alguien menciona que, al ser un juego informal, “la canasta no tiene por qué colocarse en los 3 metros reglamentarios”. Simplemente saber que puede bajarse unos centímetros, hace que usted se decida a dar el sí sin miedo (pero sobre todo, sin complejos).
Con esta metáfora mi amigo Juan Luis Luque, Catedrático de la Universidad de Málaga, uno de los mayores expertos en dislexia, explica, desde hace años, el problema de las barreras que encuentran las personas con dificultades de aprendizaje.
Y es que la dislexia no es en sí misma una discapacidad (ni auditiva, ni visual ni motriz). De hecho, la mayoría de personas que la sufren tienen un desarrollo cognitivo (inteligencia) normal. Pero, por cuestiones neurológicas, estos sujetos se encuentran con una barrera que los demás no tenemos: no se manejan bien con la lectoescritura. La cuestión es que, en un sistema de enseñanza como el nuestro, basado en “lo escrito”, las personas con dislexia tienen muy difícil aprender. Así, se genera una discrepancia entre su “potencial” y su“rendimiento”. Cuando no se consigue derribar la barreras, además de sufrimiento y afectación de la autoestima, pueden aparecer otras discapacidades.
Se calcula entre un 3% y un 20% de la población puede padecer alguna forma de dislexia (aunque se necesitan urgentemente estudios serios de prevalencia). La mala noticia es que muchas personas ni saben que la padecen. La buena es que con detección e intervención precoz se reducen muchísimo sus nefastas consecuencias. En este contexto, educativamente hablando, el primer reto para afrontar el abandono y el fracaso escolar debería ser atender bien estas dificultades del aprendizaje, por otro lado, todavía hoy, grandes desconocidas. También el sistema sanitario tiene que ponerse las pilas para facilitar el diagnóstico.
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